No hace falta ser gallego para sentir oprimido el corazón tras esta catástrofe brutal.
Hoy todos nos sentimos gallegos y nos identificamos con el dolor de los heridos, sus familiares y amigos. Porque, desgraciadamente, los que partieron dejaron de sentir en aquel fatídico instante.
Ilusiones y alegría truncadas. Tan solo cabe felicitar por esa respuesta solidaria a los vecinos próximos al lugar del accidente. Gente con alma, que ha reaccionado de manera altruista y que merecen nuestro respeto a la vez que aquellos profesionales que sin estar obligados se volcaron en la ayuda.
Parece ser que hubo una excelente planificación y eso tal vez evitó un número importante de fallecidos.
Ahora, lo triste es pensar que pudo ser evitado. Que nuestras vidas puedan estar en manos de personas irresponsables, tanto las que conducen las máquinas, como las de ingenieros que en casos proyectan obras públicas presionados mas por la economía que por la seguridad; por profesionales que hablan en voz baja manifestando errores mecánicos o de protocolo y no lo manifiestan a la superioridad para que se corrija. Y mas intolerable aún que caso de producirse estas notificaciones por los cauces adecuados no sean atendidas y estudiadas para su inmediata corrección. Esto ha sido estos días escucho repetidamente en los canales de televisión. Supuestas quejas presuntamente no atendidas.
Pero esta catástrofe ya no puede ser evitada. Que al menos sirva para evitar futuras.
Mi corazón está en Galicia.
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