Todavía
permanece en mí el aroma a eucaliptos, a musgo, a salitre… el sabor a caldo con
grelos, pulpo, almejas, albariño… y la
humedad en el rostro de esa brisa fresca
que solo en una ría puedes encontrar acariciando tu rostro, de mi reciente y
último viaje a Galícia, mas concretamente a la Ría de Arosa y comarcas cercanas. .
Galícia
es eso y muchísimo más. Es magia en sus rincones te encuentres donde te
encuentres. Allí entiendes lo que es amor a la naturaleza en estado puro.
Que no decir de sus Pazos monumentales, signo nobiliario donde los haya, de arquitectura señorial por excelencia, auténticos palacios, inmensos, cuidados, robustos.
Hasta
en los elementos más inesperados la piedra de granito está presente y y su uso
es un derroche. Enmohecida en los muros de sus viejas iglesias (no hay pequeña
aldea o población que no te sorprenda con su ermita, convento o iglesia levantada
a base de piedra salpicada por diminutas plantitas verdes nacidas en las
uniones de cada bloque de cantería, ennegrecidas por el paso de los años, con
mohos en sus bases y líquenes de tonalidades tenues que van desde el blanco
hasta el amarillo intenso o marrones rojizos).
Cruceros
sorprendentes con tallas mil regando plazas y caminos de su geografía de
misticismo profundo.
Los
lindes de sus campos de legumbres, los pivotes que sujetan las cepas de sus viñedos
alineados milimétricamente, en sus miles de hórreos personalizados, en sus
cuadras, en sus casas… , y tantos
lugares impensables que tienen su alma de piedra.
Sus
carreteras serpenteantes están flanqueadas por bosques de eucaliptos, robles,
pinos, helechos gigantes, hojarasca, hierba y centenares de arbustos que te ofrecen sus aromas durante todo su
recorrido y a través de los cuales se filtran increíbles rayos de sol y en ocasiones
se visten de nieblas sedosas que crean sensaciones mágicas.
Riachuelos
de aguas burbujeantes, saltarinas, que atraviesan molinos y nutren sus campos dándoles
esa gama de verdes que todo lo inundan. Y cada poco su puente rústico, de
madera o piedra de nuevo que te permite coserlo en zig-zags relajantes.
Y
sus rías son un espectáculo único ofreciendo con sus mareas una visión
totalmente diferente, ora cubierta de aguas tranquilas ora descarnadas, con las
parcelas de marisqueo perfectamente delimitadas, sembradas de conchas muertas en su superficie pero millonarias de almejas,
berberechos, vieras… en su vientre. Ver marisquear es todo un rito. Barca a
barca, cada una con sus trabajos independientes, extraen, seleccionan y portan
recipientes repletos de manjares suculentos.
Otros
a pie con sus rastrillos en manos realizan esa misma faena. Sin prisas pero de
forma constante e incansable. Las lonjas serán el primer destino de su fruto y
sus cuidados restaurantes, furanchos, tabernas y hasta pequeñas tascas serán el
templo donde se degustarán bien regadas con un fresco albariño o ribeiro, amén
de otros caldos cuyos orígenes se remontan a mas de 2.000 años.
Y
no olvido su rodaballo, meros, lubinas, pulpo, bogabantes, centollas, nécoras,
cigalas…Dios que riqueza en sus manjares.
Si
hablamos de carnes, su ternera, lacón, … yo que sé cuantas opciones mas te
ofrecen allá donde pares a yantar.
Empanadas
mil, redondos panes sobre los que saborear sus exquisitos quesos tan diferentemente
elaborados y cuyo solo aroma resucita a los muertos.
Y
mención especial sus gentes, de carácter reservado al conocerles pero amenos y
alegres al tratarlos. Con ese acento especial que cuesta en momentos comprender
pero que se te pega cuando menos te imaginas.
Hospitalarios
y nobles.
Y
con todo lo que pueda parecer en lo descrito es solo la punta del iceberg.
Omito detalles que por sí solos llenarían un tomo.
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